El Ávila y un mar de nubes

El Ávila y un mar de nubes
Fue tomada en el mes de febrero en el Cerro El Ávila de Caracas

domingo, 26 de junio de 2011

ODAS AL NAVEGANTE

  ODAS AL NAVEGANTE
 I

El navegante de la verde armadura
soltó amarras
y
partió.
En la  hendidura del mar
un temblor recorrió su sangre,
mil aromas
quiebran su aliento.


Poco
a
poco
el canto             
le
embriaga,
así entre oda
y
oda
construye
el extravío.

II

Deja de sentir el aire perturbador,
por el que surcó leguas y
hostigó su aliento,              
acumuló renuncias,
cabalgó nostalgias.

En la incertidumbre,
su cuerpo.
A la hora de costumbre
su frágil  sirena
solfea tibias notas
donde
la ausencia mana
corazones distraídos.


III

A cuarenta y ocho revoluciones
un corazón recapitula.
A cuarenta y ocho revoluciones
la tarde llega más temprano.
                               acaricia la silueta que era
                               hipnotiza letanías
       promete mañanas.
A cuarenta y ocho revoluciones surge
y petrificas cada frase,
                                   Trepan mis odas
le abrazan  y susurran regresos.

A cuarenta y ocho revoluciones
Penélope sacude sus trenzas,
Lanza un gemido y palpa su ahora.
La noche neona  se abre en un canto de grillos.

A cuarenta y ocho revoluciones el milenio bordea  su sueño.
   Tranquila,
      desnuda sin derecho ni revés.

A cuarenta y ocho revoluciones  se tatúan las  bitácoras.
Surgen los matices en sus huesos enervados,
la noche vacía resonancias.

A cuarenta y ocho revoluciones tu Ítaca soy yo.


IV

El navegante de verde armadura
Partió a tierras remotas,
Ceñido a caminos trepidantes.
Hubo una revolución y
Sigiloso quedó,
Hincó su cuerpo,
Besó la tierra
Novísima para sus cansados ojos.
Entre viaje y viaje delimitó sus ahoras.
Los ritmos chocaron en su sangre
Hablaron desde siglos,
Pero sus alas perseguían al turbante del genio de los bosques aromáticos.


V

A cuarenta y ocho revoluciones
la tierra diverge.
Sus azules son hermosos, pero  opacos.
El mar se torna sombrío,
Los  parajes más solitarios.
Hoy haría una fogata a cuarenta y siete revoluciones
Hoy giraría a la derecha
Sólo para inclinar mis agujas hacia ti, brújula de la nada.
A ti te  compondría una ópera que degustara sus jadeos
A cuarenta y ocho revoluciones  te invoco
Canto
Luneando un poco
Para que mi cuerpo se quiebre y
Su voz ronquee en mi espacio
Allí en un  subir y
Bajar condene
Ensueño del extravío.
Ese de no permitir
Que “el hombre sea una montaña en el llano”
A cuarenta y ocho revoluciones soy capaz de girar de mi centro al universo.


VI

El navegante cansado de lóbregos parajes avanza.
Un holocausto, su pena,
No termina delirar.
Entre lunas, su vida aletarga las horas.
ayer su figura impuesta
sobre quietas aguas.
Aquí una ciudad,
Allá otra, todas traídas más allá de esos mares.
Un día ve un monstruo marino,
Otro atisba sirenas solazándose.
Más allá las agujas de la historia tiemblan.
  
VII

Navegante de verde armadura …
si sólo fuese una oleada
una sola palabra y todo se volteara o acompasara
como queremos.
Lo demás nos queda inventarlo.
En sus infinitas agujas nuestra carne va y viene
Si sólo fuese una oleada
una repetible palabra que alentara.
y afirmara helecho de no ser sólo volutas
si sólo fuese una oleada
una sola palabra que encendiera
el  alma y por un segundo
nos uniera en el inextinguible fuego.


VIII

A cuarenta y ocho revoluciones la vida no es avara,
no se cuentan lunas.
Una
A
Una
Detalla su luz los matices de su sombra.
A cuarenta y ocho revoluciones
Sólo estremece el ordinal cinco. Es un cambio descifra
O qué pesa?
Giramos
Y sólo quedamos de canto
Sintiendo que el orbe giró.
Le sigo en este juego
Torpe y monodérmico.
Sus manos  agrietan mi  sombra
Espero que el día transcurra rutinario
Permuto,
Su voz
Construye el universo.


IX

El navegante de verde armadura
Bogó
Y
Bogó
Hasta perderse en la neblina de otro océano.
Una tarde..
Quemó su nave y
Ancló la palidez insular.
Desde allí susurra odas,
Acaricia.
Cada mañana sugiere noches antiguas
Para recapitular
y
formar un nudo que comience por frotar mis espacios.
El navegante de verde armadura, taciturno,
juega a contar las nubes que pinté,
pero  allá en el infinito,
El Pastor de Nubes desanda otros caminos.